El feminismo me ha llevado a hacer cosas extremas, como aprender a tejer.
Motivada por la idea de recuperar las tradiciones femeninas a través del quehacer artístico, le pedí a mi tía que me enseñara gancho, que manera me parecía más cercano al dibujo que las agujas. Armada con el conocimiento básico, empecé a tejer cuadros que presenté en mi primera exposición individual en 1977, en el Taller Cultural San Jacinto. Las formas me intrigaban.
Después me metí a clases de taíz en la galería Kin. Quedé fascinada con la urdimbre y la idea de ir construyendo poco a poco. Armada con el conocimiento básico, convoqué a un grupo de amigas a reunirnos en la casa para compartir este nuevo conocimiento. Y tejí más cuadros.
Más o menos en esas épocas, Sebastián, que era nuestro maestro en San Carlos, nos invitó a exponer en Nueva Acuarela, una exposición que él organizó y que se inauguró en Bellas Artes y después viajó por la república. El texto del catálogo fue de Raquel Tibol y habla de la obra de 30 jóvenes con una “actitud revisionista y algo contestataria”.
Para mí esa fue una experiencia importante porque jamás había trabajado la acuarela, que se convirtió en una técnica que, junto con el gouache y la tinta, he seguido usando toda la vida.
En esa ocasión el gusto por el tapiz y todo lo que estaba aprendiendo en el feminismo en torno a las relaciones patriarcales entre hombres y mujeres me llevaron a plantear esta serie llamada Tapices que individualmente se llaman: Tapiz para un amigo, Tapiz para un seductor y Tapiz para un violador. Había otra pieza, llamada Tapiz para un amante. No sé qué pasó con ella. Esta pieza estuvo guardada por casi 40 años.
Mónica Mayer, 2016